jueves, 10 de septiembre de 2015

La banca

Desde que murió el esposo de Doña Esperanza comenzó a tener un hábito de ir a sentarse  los domingos a las bancas que están por la catedral de Chihuahua. Ahí, como muchos de los ancianos daban de comer a las palomas, en ocasiones miraba a las personas y a los niños que le traían recuerdos de cuando era joven con sus hijos. Pero no siempre esos recuerdos eran buenos, la última vez que vio a sus hijos fue cuando sepultaron a su esposo Agustín, supo que ya tenía más nietos y que en un futuro sería bisabuela.
Lejos de que la soledad la invadiera por la gran ausencia de sus hijos en el resto de su vida ella aun veía una esperanza de dar algo de sí para un individuo. La primera vez que se encontró con este niño tarahumara fue cuando él quiso venderle un mazapán, ella a pesar de que no podía comer muchos dulces por su enfermedad le compraba gustosa.
--¿Y a cuanto los das?
-- A cinco pesos cada uno señora.
--Bueno, entonces dame uno.
--Claro.
 El niño Entregándole el dulce a doña Esperanza, ella otorgándole el efectivo por la compra de la golosina. Ella vio que ese muchachito tenía algo especial en su manera de ser, claro no era tan cerrado como otros tarahumaras  que ha visto. Vio que él tenía una manera de ser muy parecida a la su esposo, especialmente en su manera de expresarse con las personas mayores y que al igual que a Agustín ser muy trabajador. Fuese de sol o lloviendo o grandes desveladas  su esposo siempre iba a tener los zapatos reparados de sus clientes, aunque su casa estuviera desordenada o le faltare algo él veía por sus clientes un poco más que por su familia sino fuera por esta actitud sus hijos no hubieran tenido la oportunidad de estudiar, los ingresos eran necesarios para el hogar y siempre procuro tener una buena imagen.
El niño tarahumara demostró parte de esta actitud, doña Esperanza lo noto y disfruto ver a un individuo con esa perspectiva de los negocios. Aunque tiempo después descubrió que el dinero no era exactamente para el niño sino era para la madre de él quien tenía otros dos críos más, el niño nunca se quejaba  le gustaba compartir y de igual manera recibir como dio aunque en su manera de ver el mundo era algo común.
Un domingo doña Esperanza se encontraba leyendo un libro en el mismo sitio por la catedral, en verdad disfrutaba la historia la cual la tenía atrapada: se trataba de una mujer que  conoció a un niño que necesitaba vender dulces para su sustento pero ella sin querer comenzó a encariñarse de él, no era huérfano pero ella hubiera deseado que así lo fuera, ya que hace tiempo había perdido a su hijo, y podría haberlo adoptado. La madre del niño no lo quería porque era un bastardo, siendo la mamá violada a temprana edad y siendo este muchacho el producto de ello. No lo quería porque le recordaba a su violador pero respetaba a la vida y por ello dejo que naciera. Pero, el final de este joven no fue nada agradable él murió por causa de un cáncer en el cerebro el cual podría haber sido detectado sino fuera por la madre que no le proporciono los servicios adecuados. La mujer se entera de lo ocurrido pero la madre del niño, nunca la dejo ir al funeral ni saber en dónde sería enterrado.
Doña Esperanza al ver terminada esta historia soltó una lagrima ella esperaba que el niño fuese amado por aquella mujer, como madre sabe lo que es querer tener hijos pero no fue de esa manera. En eso llegó el pequeño tarahumara y le pregunta:
--¿Qué tiene señora?
--Nada muchacho.
--Créame que veo que si tiene algo.
--Solo un poco de tristeza.
--¿Quiere un abrazo para consolarla? Aunque sea un poco.
-- Claro, gracias.
El niño se le acerca y le da un abrazo algo simple, y abre la caja de mazapanes diciéndole que si le compra otro dulce. Ella asciende aun con unas cuantas lágrimas en sus ojos. Se despide del muchacho por aquella ocasión y espera volver a verle el próximo domingo. Cuando iba cayendo la tarde de aquel día doña Esperanza estaba a punto de irse cuando en esos momentos ve a uno de sus nietos y sorprendida espera a ver con quien viene, se va acercando su hija Clara al niño a quien le sostiene la mano pero el pequeño viendo en dirección a la abuela le señala para indicarle a su madre de que ahí estaba la abuela. Hija y madre se quedan mirando unos momentos, pero Clara agarra fuerte la mano del niño y se va del lugar.
Aquella noche fue amarga para doña Esperanza, siendo desconocida por su hija Clara. Se dijo: “que buenos hijos me salieron, solo espero que mis nietos no sean así”. Su corazón no aguanto a pesar de que era una señora fuerte, la última noche de doña Esperanza.
Habían pasado siete días desde que la mamá de clara había muerto, ella sentada cercas de la banca en donde la vio por última vez, esperó a que pasara el rato junco con el remordimiento que tenía. Su cabeza agachada, sus codos en las piernas y manos en la cara, y sus ojos resistiendo para no llorar otra vez. En eso se le acerca el tarahumara:
--¿Compra dulces?
--No, gracias.
--Pero señora solo uno como cada domingo. Así como la ha hecho cada semana.
--A penas te conozco niño. ¿Cómo puedes decir eso?
--Perdone. Es que se parece a una señora que siempre me compraba dulces.
Clara solo se le quedo mirando unos momentos al niño y este se fue, pensó que él habría conocido a su madre antes de su muerte. Ella y su mamá sí que se parecían a excepción de los años se dirían que son hermanas. Entonces recordando lo generosa que era su mamá corrió tras el niño para comprarle un dulce.


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